Fin de las certezas familiares. Nuevos paradigmas y decisiones.

Tradicionalmente consideramos que la familia promedio estaba compuesta por la pareja heterosexual de conyugues (casados) y sus hijos. Icónicamente, dos hijos, un niño y una niña casi en ese orden. Con el crecimiento de la población, el aumento de la expectativa de vida, el terreno ganado por las minorías y los nuevos valores de nuestra sociedad, esa institución incorruptible que era la familia ha tomado muchas formas distintas.

El matrimonio igualitario, la adopción, la fertilización in-vitro, entre otros, son solo alguno de los hitos que han marcado nuestra era y que han puesto de manifiesto la necesidad de reformular la entidad FAMILIA desde una perspectiva, al menos, más flexible.

Más allá de todos los cambios nombrados recién, existe en los nuevos jóvenes una sensación de infinitud que no tuvieron nuestros abuelos. Casarse a los veintitantos ya no es una opción para la mayoría de los miembros de esta generación, mucho menos tener hijos. Hoy en día las parejas que deciden emprender el complejo camino de la paternidad, lo hacen pasados los 30 o cuando consideran que poseen la situación económica y laboral adecuada.

Según estudios, los nacimientos han caído en picada. Según el último estudio de UNICEF todos los pertenecientes han bajado sus niveles de natalidad en comparación a los últimos 20 años. Aquí parte de la tabla.

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Tabla completa en https://www.unicef.org/spanish/publications/files/UNICEF_SOWC_2016_Spanish.pdf

Aunque aún existe en la mayoría de las personas el anhelo de tener un hijo, son cada vez más las parejas que deciden no tenerlos. Estás últimas sufren del rechazo y la desaprobación de una sociedad que aún considera que los hijos deben dar nietos a sus padres. Es que aún en estos años que corren, la mayoría de los padres anhelan tener las mesas largas y concurridas que ellos mismos experimentaron en su niñez, repleta de nietos, esposos e hijos.

Diversos estudios sostienen que, en promedio, las personas casadas son más felices que las divorciadas, las separadas o las solteras. Ahora bien, las menos felices son las que están atrapadas en un matrimonio con un alto nivel de conflictividad. No podemos decir que existe evidencia concluyente que muestre que la correlación entre la situación matrimonial y la felicidad es unidireccional o recíproca, aunque aparezcan claramente vinculadas.

Esta relación entre estado civil y felicidad se encontró en estudios realizados en cuarenta países distribuidos por todo el mundo, independientemente del índice de divorcios o de los efectos de vivir en una cultura individualista.

Del mismo modo, algunos resultados indican que los incrementos en los niveles de felicidad reportados unos dos años después de contraer matrimonio regresan con el tiempo al valor de referencia inicial, estimado unos dos años antes del casamiento.

¿Qué pasa con los hijos? Según diversos estudios, no parece haber una fuerte correlación entre tener o no hijos, ni entre la cantidad de hijos que se tuvieron y el bienestar emocional. Normalmente el foco esta puesto en el deseo o la expectativa personal con respecto a la maternidad o paternidad que en tener o no hijos. La sociedad ejerce una fuerte presión en este sentido, y entornos más relajados suelen proporcionarles bienestar a quienes han elegido no ser padres.

Tal y como venimos diciendo en las otras entradas, es importante poner el foco en el nuestro bienestar. Conversar con nuestra pareja sobre cómo pensarse en el futuro y ponerse de acuerdo sobre sus deseos y necesidades puede ayudar a que juntos resuelvan lo que sea mejor para ambos. Es importante que cada pareja piense por sí misma y no por las cargas que otros pongan sobre ellos.